Queridos amigos todos.
Pues sí, ya estamos orientados en el nuevo curso que deseamos sea mejor que el pasado. Parece que todo está volviendo a la normalidad, pero debemos seguir cuidándonos.
Y en octubre dirigimos nuestra mirada a la Pilarica, tan querida en nuestra tierra. A ella le cantamos: “¡Virgen santa, Madre mía, luz hermosa, claro día que en la tierra aragonesa te dignaste visitar!
Según la tradición, la Virgen se apareció al Apóstol Santiago a las orillas del río Ebro sobre una columna para animarle a seguir anunciando la Buena noticia de su hijo Jesús.
Hoy he pensado en padres, educadores, animadores de grupo, monitores etc. y me ha parecido oportuno ofreceros… un relato, que me permito recortarlo, pero manteniendo el hilo del mismo. Su título: YO PUEDO CAMBIAR.
La señorita Ana, siempre solía comenzar su primera clase con estas palabras: “Queridos niños, os quiero a todos por igual”. (No olvidemos que estamos en 5º de primaria).
Observó que “Enrique” no era el mismo del pasado año: No jugaba con sus compañeros, su ropa estaba sucia. Para conocer a los niños, revisaba el expediente de sus alumnos. Y buscó el de Enrique. El del primer año decía: “Enrique es un niño muy brillante, con una sonrisa sin igual”.
El del 2º: “Enrique es un estudiante excelente, se lleva muy bien con los compañeros, pero se le nota preocupado, porque su madre tiene una enfermedad incurable”.
La profesora de 3º escribió: “Su madre ha muerto, ha sido muy duro. Trata de mejorar y esforzarse, pero su padre no muestra mucho interés por su niño”.
A señorita de 4º: “Enrique se encuentra atrasado y no muestra mucho interés en la clase”.
La señorita Ana se había dado cuenta del problema y estaba muy disgustada consigo misma, sobre todo cuando en Navidad los alumnos le traían sus regalos envueltos en preciosos lazos y papel brillante. El de Enrique estaba mal envuelto, con un papel amarillento… Incluso algunos niños empezaron reírse cuando la profesora sacó del obsequio de Enrique, un viejo brazalete, y un frasco de perfume con solo un cuarto de su contenido. Ella detuvo al instante las burlas de los niños y comentó lo precioso que era el brazalete mientras se echaba un poco del perfume en su muñeca.
Al día siguiente, Enrique se quedó al finalizar la clase y le dijo:“Srta. Ana, hoy huele usted como solía hacerlo mi mamá”Desde ese día, además de enseñar a sus alumnos aritmética, a leer… también comenzó a educarles. Conforme comenzó a trabajar con él, el cerebro de enrique comenzó a revivir. Al final del curso, Enrique se había convertido en uno de los alumnos más aplicados de la clase.
Un año después, Ana encontró una nota debajo de su puerta. “Srta. Ana, usted ha sido la mejor maestra que había tenido en toda mi vida.- Pasaron bastantes años, y Enrique le envió a aquella buena y excelente maestra una carta en la que le decía que conoció una chica de la que se enamoró e iban a casarse. En ella le decía: “Me gustaría que Vd. ocupase en mi boda el lugar que normalmente le correspondería a mi mamá”. Por supuesto que aceptó. Llegó a la ceremonia acompañando a Enrique con el viejo brazalete y el perfume de su mamá. — Se dieron un abrazo, y el Dr. Escobar –el niño Enrique- le su susurró al oído: “Gracias Srta. Ana por creer en mí. Gracias por hacerme sentir importante y enseñarme que yo podía cambiar”.
Amigos, especialmente a los niños que lo están pasando mal, y gracias, a vosotros, educadores y maestros que dais lo mejor de vosotros en esa maravillosa labor de la educación.
La Salle quiso que sus maestros se llamaran Hermanos, “hermanos entre sí, hermanos con sus colaboradores y con aquellos con quienes se encuentran, y Hermanos mayores para los que les son confiados, los niños.
Un abrazo.
Nota: Extraída de Vitaminas para revitalizar tu vida. Humberto . Agudelo.